Don Rigo, episodio #1: Gnocchi #2

rolando

Hace mucho, mucho tiempo, recibí de mi abuelo Arrigo Pinasco un valioso encargo: convertir en un libro los cuadernos de recetas que él recopiló, modificó, adaptó e inventó durante cuarenta años. Mi abuelo era químico industrial de formación, y anfitrión por vocación; nada le daba más estresado placer que cocinar, con las medidas exactas y con todo un pelotón a su mando, para treinta amigos o familiares; verlos reunidos alrededor de la mesa, celebrando la comida y la ocasión, y todos hablando, o mejor dicho vociferando, al mismo tiempo.

Desde hace varios meses estoy en pleno proceso de transformación de los cuadernos que albergan sus recetas –algunas de su puño y letra, la mayoría dictadas a Silvia, su mujer desde hace varias décadas, quien me entregó los cuadernos como quien le confía a alguien un tesoro- en un libro que creo que va a comunicar tanto su maniatiquez en la cocina como la mía, tanto su obsesión por la receta perfecta como la mía, pero ante todo tanto su purismo como su creatividad. Y creo que le divertiría ver lo que tengo pensado para transmitir el espíritu de su lado más riguroso al servicio de su lado más gregario. Mejor dicho, lo que tenemos pensado; la edición del libro estará a cargo de La Despensa, específicamente de su directora, Claudia Hermosilla, con quien tengo el privilegio de haberme embarcado en este proyecto. También está en este sabroso barco Roni Heredia, cuyo conocimiento de temas editoriales y gastronómicos complementa el equipo a la perfección.

Para estar a la altura del rigor culinario del Nonno Arrigo, y obedeciendo también a mi propia necesidad de saber que cuando sigo una receta puedo confiar en ella, la preparación del contenido del libro implica probar cada una de las recetas que vamos a incluir. (Es un trabajo duro, pero alguien tiene que…) El Nonno, en su búsqueda de la forma perfecta de cada plato, investigaba en libros, le preguntaba a amigos y familiares cómo hacían qué, y por lo tanto varios de sus platos tienen distintas versiones. En el caso de los gnocchi, son nada menos que cuatro. Decidí probar la versión #2, cuya receta aún no puedo revelar; solo puedo decir que contiene yemas y pisco. No es la primera receta que he probado, pero quiero empezar los episodios de Don Rigo con esto, tal vez porque siempre sospeché que los gnocchi de mi Nonna fueron el principal motivo por el que mi Nonno pidió su mano. Estos no son los gnocchi de la Nonna, pero son gnocchi, así que el simbolismo romántico y genético está todo aquí.

Confieso que empecé a prepararlos con cierto temor; no hay nada más deprimente que una mala receta de gnocchi. Tengo la enorme alegría de decirles que el Nonno no me defraudó; estos están entre los dos o tres mejores gnocchi que he comido en mi vida. Tienen una textura tierna, un dorado luminoso, y un sabor frutado que permanece y que probablemente se deba al pisco.

Para que este post no sea absolutamente misterioso, sí compartiré algunos truquitos para que la preparación de los gnocchi, al margen de la receta, sea todo un éxito.

El primero es incluir a las papas prensadas el mínimo de harina posible; la idea es que la masa esté integrada, pero si usas demasiada harina los gnocchi quedarán pastosos. Y nosotros queremos tiernas almohaditas. Con que puedas formar un rollito, como el de la foto, debería ser suficiente.

rollito mejor

Amasas el rollito hasta que tenga el grosor de un dedo (sí, lo sé, los dedos vienen en todos los tamaños imaginables; esta no es una buena referencia. Digamos, que tenga 1 1/2 cm de ancho). Con un cuchillo, o con un lindo cortapasta como el mío, jojolete, cortas el rollito en almohaditas. Y luego, los pasas por un tenedor o, si te encanta como a mí tener todos los gadgets, por una tablita especial para formar gnocchi (véase la primera foto). (¿Por qué ‘véase’? ¿No debería ser ‘vea’? ¿Acaso la primera foto debe mirarse a sí misma?) La presión que debes ejercer con el pulgar debe ser la precisa como para marcar canalitos en el gnocco pero no tanta como para romperlo. Es cuestión de práctica. Este momento de la preparación me llevó como por un time warp a la cocina de mi Nonna, con el mármol recubierto de harina y llenándose a la velocidad del rayo con los gnocchi que salían de sus manos. Yo era niña y por lo tanto torpe y lenta y hacía un gnocco en el tiempo que a ella le tomaba hacer diez. Y ahora mi hijo estaba a mi lado, haciendo un gnocco en el tiempo que a mí me tomaba hacer diez. Y después dicen que el tiempo es lineal.

almohaditasPuedes poner los gnocchi sobre un paño enharinado. Si no vas a cocinarlos todos inmediatamente, los puedes congelar en un buen táper. Lo que recomiendo es poner una capa de gnocchi en el táper, cubrirla con papel manteca, poner otra capa, etc etc. Así los puedes cocinar cuando quieras, de frente del congelador a la olla.

gnocchi

Para que no se quiebren durante la cocción, hiérvelos en agua salada que ya no esté burbujeando como un volcán, sino que apenas tiemble.

simmering

Los vas echando de a pocos en el agua, y apenas flotan a la superficie los retiras con una espumadera o cualquier otro tipo de cuchara con huecos. Y entonces tienes dos opciones: meterlos en una cacerola o fuente tapada con la salsa de tu elección, o en una fuente con un buen pedazo de mantequilla, en un horno apenas tibio, y ahí ir juntándolos a medida que los vas cocinando.

fuenteLos puedes servir con algo tan contundente como una salsa de tomates o de carne, o con algo tan sutil como hojas de salvia calentadas en mantequilla hasta emitir su fragante espuma. Y eso para nombrar solo dos opciones.   

Iré compartiendo aquí las recetas y el avance del libro, que tomará el tiempo necesario, pero estoy segura espero que no los ocho años que le tomó a Julia Child et al. hacer su Mastering the Art of French Cooking. Así nos acompañan y no nos cansamos en el camino. Gracias por venir con nosotros en el viaje, y buen provecho!

Feliz Navidad – El Rotkohl de Frank

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Esta edición extra-ordinaria de Hecho en Casa tiene un invitado especial; la receta está a cargo de Frank, que prepara esta col roja todas las cenas navideñas. En su casa paterna era el encargado desde los 19. Es su propia receta, basada en la receta tradicional alemana, pero le ha añadido algunos pasos que se usan para el chucrut. Es exquisita. Y eso es algo que nunca pensé que diría sobre una col. Aquí se los paso:

Una col roja. Que pese como un kilo y medio. 800 gr de manzanas verdes peladas y descorazonadas. Una cebolla roja. Clavada con clavos de olor. Grasa de pato. Unas cinco lonjas de tocino. Vinagre de manzana. Vino tinto. Barato. Comino entero. Azúcar rubia. Pimienta y sal.

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1 rotkohl

Dorar las manzanas cortadas en cubos y el tocino en la grasa de pato. En una olla que tenga tapa, no en una sartén.

3 rotkohlUna vez que esté dorado, poner la cebolla en la olla y echar la col encima. Se puede llenar la olla hasta arriba arriba porque la col se va a reducir cuando se empiece a cocinar. Echarle 1/4 de taza de agua, 3/4 de taza de vino tinto y como 1/4 de taza de vinagre.

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5 rotkohlYa. Cocer tapado durante como 40 minutos a fuego bajo.

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Ya. Después aderezar con un puñado de comino entero, unas 3 cucharaditas de sal, bastante pimienta recién molida de preferencia y 1/4 de taza de azúcar rubia. Revolver y dejar cocer como media hora más, destapado. Ya. Después de media hora probar y ajustar sal y azúcar. Probablemente una cucharadita de sal más y unas 3 o 4 cucharadas de azúcar rubia más. Tiene que quedar medio dulzón, con un sabor fuerte a comino y pimienta. Si es que ya se ha evaporado mucho el líquido, reponer con 1/4 de taza de vino y 1/4 de taza de vinagre. Dejar reducir una media hora más, y listo.

Sobre la olla, que Frank heredó de su mamá alemana: es un schmortopf, que en humano quiere decir literalmente ‘olla para estofar’, pero en el sentido más de sellar que de convertirlo todo en un menjunje. Es más, se puede usar para dorar. Es de hierro delgado enlosado. La tapa tiene un borde especial que sella la olla con el vapor, y la forma de la tapa hace que los jugos se condensen en la tapa y vuelvan a caer sobre la comida.

Y esto es todo por hoy. Nos vamos a terminar de envolver regalos, a hacer la consabida gira navideña, y a comer rico en familia. Que la pasen muy bien hoy, y no se estresen mucho, que, como dice Frank, la calidad no está en la perfección, está en el cariño.

Il vero panettone italiano

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Mi prima Ilaria, que venía a Lima desde Florencia para pasar el verano todos los años, se mataba de risa con la publicidad de pastas y demás italianadas que veíamos en la tele peruana de los ’80. Nosotros no hablamos así, se reía, indignada, al ver al bigotón de “Doón Vittoório” o al de Toddino, cantando “Il veéero panettoóone italiaáano”, y presentando ante la cámara lo que sin duda ella veía como una caricatura del verdadero verdadero-panetón-italiano: una esponja amarillo palillo, secona y tachonada con cáscara de sandía confitada con colorante verde y rojo. Ok, estoy usando a Toddino como chivo expiatorio, pero esto se aplica a todos los panetones de la época, y a la mayoría que se siguen haciendo hoy aquí.

En algún momento comencé a sospechar que no era que no me gustara el panetón (ok, lo podía disfrutar tostado y con toneladas de mantequilla, pero creo que hasta podría comerme una suela de zapato de vagabundo si la tostara y le pusiera toneladas de mantequilla), sino que no me gustaban esas versiones industriales de lo que en un inicio fue un postre digno de reyes. Hace un par de años hice mi primer intento de preparar un panetón casero, pero no sé si por mi falta de experiencia con la levadura o por una receta deficiente, el resultado fue un exquisito biscocho… de unos cinco centímetros de alto. Frank recibía un codazo en las costillas cada vez que lo describía como “el panetón que ha hecho Ale”. “Es un biscocho navideño italiano”, mentía aclaraba yo, un poco roja. Hace unos días decidí volver a probar suerte, ya que la levadura y yo nos hemos vuelto buenas amigas, y ya que soy necia, y ya que puedo recurrir al maravilloso y gordísimo Talismano de la Felicitá, un clásico de la cocina italiana que le pertenecía a mi abuelo. La receta en ese libro abarca dos páginas; para asegurarme de haber interiorizado todos los pasos, transcribí la receta, dividiéndola en pasos. El único cambio que hice fue sustituir los 100 g de uvas sultaninas que pedía la receta por frutas confitadas, completando los 300 g de frutas que se pedía. Pero quedó ralo para mi paladar malacostumbrado, así que la segunda vez usé 500 g de pasas y frutas en total.

Entonces, primera advertencia: el proceso es laborioso, pero sobre todo largo, largo, largo. Se debe hacer una base de levadura que implica varios pasos, cada uno separado por horas de levado.

Segunda advertencia: es preciso tomar eso en cuenta y planear el día para no terminar horneando, como me pasó a mí, a las 3:30 de la mañana.

Tercera advertencia: preparar panetón es delicioso, casi diría que adictivo. Diría que adictivo.

Listos?

Va!

1220 g harina 00 (es mucho más suave que las porquerías que solemos encontrar; recomiendo comprarla si la encuentran.) Posiblemente necesiten un poco más para el amasado final.

150 g levadura fresca

2 huevos

6 yemas

300 g azúcar

300 g mantequilla

200 g uvas sultaninas (pasas rubias), opcionalmente remojadas en licor

300 g frutas confitadas (busquen de buena calidad, por favor por favor por favor; hay en el Mercado de Surquillo.)

2 cdtas sal

300 g agua

El primer paso es apachurrar con amor la levadura, tratar de formar con ella algo parecido a una bolita y envolverla en un paño limpio enharinado. Déjala engordar en un lugar tibio y sin corrientes de aire. La primera técnica que usé para levar fue calentar el horno, apagarlo y usarlo como cámara de levado. Pero no es la mejor. La idea es que después de dos horas la levadura haya doblado el volumen.

2 levadura y harina

3 primera mezcla 4 primera técnica Pones sobre la mesa 120 g de harina en forma de volcán, y la levadura en el cráter. Con 60 g de agua tibia, ablandas la levadura, y aquí empieza el placer. La levadura se empieza a poner fragante y ligosa y VIVA. Incorporas la harina, trabajas un poco la masa, y la vuelves a arropar en su paño enharinado. La dejas reposar 3 horas. Probé meterla en el horno calentado y apagado, con la luz del piloto prendida y un bol con agua humeante. Y no está mal, pero luego encontramos una manera mejor.

5 segunda mezcla

6 segunda mezcla con agua En la mesa, haces otro volcán con 100 g de harina, pones la mezcla de levadura y la derrites con 100 g de agua tibia. Incorporas la harina y trabajas esta pegajosísima cosa unos minutos. La receta pedía devolverla al paño enharinado pero estaba demasiado pegajosa, así que la metí en un tazón que cubrí con el paño, y la dejé levar otras dos horas más, cambiando el agua humeante del tazón a la mitad del levado. Salió inflada y ligera y ligosa, como debe ser.

Haces un último, gran volcán con la harina mezclada con la sal (siempre uso, para todo, sal marina). Pones la mezcla de levadura en el cráter.

7 doppio zero8 tercera mezcla Para el siguiente paso necesitarás dos ollitas. En una derrites con delicadeza la mantequilla, para que quede apenas tibia. En la otra bates el azúcar, las yemas, los huevos y medio vaso de agua, y calientas la mezcla apenitas.

9 ollitas10 embarre Ablanda la levadura en el cráter con la mantequilla derretida. Todo empezará a oler delicioso y sentirás un curioso bienestar. Luego, con cuidado para que el dique de harina no se derrumbe, añade de a pocos la mezcla de azúcar y huevos. Tu felicidad se expandirá y sonreirás con todos los poros; horas después te descubrirás oliéndote las manos.

11 embarre total12 amasando Una vez que hayas integrado ese dulce y luminoso líquido a la levadura, incorpora el resto de la masa y trabájala enérgicamente. Hasta que quede lustrosa y, como dice Mollie Katzen, tenga la contextura de un pallar de oreja. (WTF, en efecto.)

13 cuánta fruta14 amasando con fruta Coloca al centro las frutas confitadas, y amasa para incorporarlas. Cuaánta paása! Cuaánta frutta!

15 dos bolas Divide la masa en los pedazos que quieras; puedes hacer varios panetoncitos o dos grandes. Dales forma “usando el talón de la mano”, dice la receta. Whatever.

17 en el molde16 en el molde unoColoca las bolas en moldes (hay de lata o de papel) enmantequillados y enharinados. Si me has obedecido en absolutamente todo, durante el horneado la masa crecerá inconmensurablemente, así que tómalo en cuenta; debe quedar suficiente espacio para que la masa se triplique. Déjalas levar por 4 a 6 horas. Aquí a mi entelegente marido se le prendió, literalmente, el foco: puso un foco dentro del horno, y esa resultó ser la forma ideal de darle a la masa el famoso ambiente cálido y sin corrientes de aire que necesita para desarrollarse y ser feliz.

18 segunda técnica Para entonces eran las 11 de la noche. Como la panzota no me deja dormir bien, bajé a la cocina a las 3:30 y me encontré con que la masa estaba gigantesca, y en uno de los moldes se estaba desbordando. Así que saqué con cuidado la masa que se había rebalsado y la puse en un pirotín. Luego hice un pequeño corte en forma de cruz en cada panetón, mientras calentaba el horno. Y aquí vino el primer y único inconveniente: la receta no daba la temperatura del horno. Solo decía que debía hornearse durante una hora aprox. Pero los resultados del primer intento (se oscureció mucho la corteza y quedó un poquitín reseco) me permitieron proponer temperaturas que funcionaron perfectamente en el segundo. Para los primeros cinco minutos, en los que se necesita un golpe de calor, hornea el panetón a 200°C.

19 corte en cruz y mantequilla

Luego debes levantar las cuatro puntitas del corte en cruz, y poner un radiante trozo de mantequilla al centro. Baja la temperatura a 160°C y déjalos hornear por 45 minutos más, chequeando a cada tanto que no se oscurezca mucho. Lo ideal es clavarle un termómetro de alimentos a uno de los panetones y sacarlos del horno cuando llegue a 90°C de temperatura interna.

¿Y el veredicto? En la segunda vuelta, corrigiendo ese par de cosillas, quedó como quiero. Y sí, nuestro paladar está acostumbrado a un panetón con menos sutilezas, así que con más frutas confitadas estuvo mejor. Por lo demás, misión cumplida. Buooóon apetíiito!

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Cómo comer gusanos, tierra y robots


Los niños de verano tienen la ventaja de celebrar su cumpleaños en vacaciones, pero la desventaja de que no lo celebran en el cole. Así que este año, como hacíamos cuando estaba en el nido, Micael celebró su precumpleaños en el colegio, exactamente un mes antes de que cumpla SIETE años, este manganzón, qué se ha creído?
Me pidió una torta con bichos (además de manganzón, ocurrente el chico), así que para no hacerle una torta en forma de cucaracha o mosca, le dije que le haría una de gusanos. La inspiración vino de una encantadora receta de una de mis ídolas, Pioneer Woman, que hizo mini maceteros de 'tierra' con gusanitos de goma (y para las niñas, con flores. "And repeat after me: BOYS=WORMS. GIRLS=FLOWERS. And don’t ever forget that the rest of your life."). Mi variación consistió en un bizcocho Angel Food (que no falta nunca en mi casa, por todas las claras que me sobran de mi flamante negocito de helados artesanales), relleno y cubierto de fudge ("foch", qué rico suena), con una capa de deliciosa tierra hecha de oreos trituradas. Micael me ayudó a poner los gusanitos, que él pidió expresamente que fueran transparentes. Unas hojitas más, y listo el humus!

Así que me di cuenta de que ya viene siendo hora de que comparta la torta que le hicimos para su cumpleaños pasado, el de 6 años. El reto temático que nos puso el chiquitín esa vez fue "el espacio sideral". Su maravillosa abuela que vive en Miami se peinó todas las tiendas de disfraces buscándole un traje de astronauta, pero lo más parecido que encontró fue uno de clone trooper. Eso nos dio pie para darle el giro preciso a la fiesta: sería de Star Wars. Vimos con él todas las películas en preparación, y decidimos que la torta sería R2D2. En 3D.

El primer paso fue hacer seis (sí, seis) bizcochos de una masa que se llama red velvet, y que como verán lleva toneladas de colorante rojo. Toneladas.


Luego los apilé, intercalándolos y cubriendo toda la torre con un baño de queso crema (la receta de todo eso está aquí). Para la cabeza, usamos pedazos de bizcocho a los que Frank les dio forma y cubrió con el baño.


Luego cubrimos con masa elástica el cuerpo y la cabeza, por separado. Suena más fácil de lo que es, como pueden ver por mi masa toda arrugada y llena de huecos; cuando todo hubo pasado, me dediqué a ver miles de videítos explicando la técnica, pero para otra vez será.


("En qué momento hacen todas esas cosas?", nos preguntan siempre. Aquí va la respuesta.)


A la mañana siguiente, Frank empezó a convertir el tubo y la semiesfera en un R2D2 de verdad. Usando una foto como referencia, recortó partes robóticas de masa elástica y las tiñó con colorante. Las pegó con miel de maple al cuerpo y a la cabeza. (La inspiración salió de este blog.)
Para las patas, cortó una plancha de tecnopor y la cubrió también con masa elástica (para sostener la torta, y la ilusión, usamos un tapercito transparente). Cubrió la cabeza con colorante en polvo plateado (venden de todos los colores imaginables en el mercado de Surquillo N° 2).

Para entonces ya estábamos en la casa de mi abuela Suzanne, donde celebramos el cumple. Mientras los niños se divertían como locos,

Frank estaba como loco en la cocina.


Leslie convirtiéndose en pitufo dándose cuenta de que no es buena idea comer masa elástica bañada en colorante azul.

Hasta que finalmente R2D2 estuvo listo para el combate.


Fue, en efecto, un Feliz Día...