Primera cosecha
No es en vano que nos hayamos mudado a la punta del cerro. Sí, es precisa cierta habilidad persuasiva para convencer a los taxistas de traernos hasta aquí, al final de San Jerónimo, pero tal vez por eso hace semanas que no me subo a un taxi. Me trepo a la combi, tranquila y limpia, y me bajo en el último paradero. A todos los lados me protegen cerros verdísimos. Cruzo las vías del tren. Llego a casa, al jardín salvaje que estamos domesticando muy poco a poco. Caminamos alrededor de los árboles y los arbustos y las trepadoras y vamos llenando la canastita. Frutas, flores de calabaza, una calabacita, aguaymantos.
Mientras tanto, Celeste vacía la canastita. Micael la vuelve a llenar. Celeste la vuelve a vaciar.
Acompañamos la cena con unas flores de calabaza arrebosadas, según una receta de un libro italiano de mi abuelo.
Y como todavía no tenemos suficiente de una sola fruta, hacemos, como ya es tradición, de nuestro defecto una virtud. Para el lonche dominical horneamos un pastel de tutti frutti: manzanas, peritas, blanquillos, un ciruelo. Asamos las frutas en mantequilla, azúcar rubia, canela y un toque de Ambrosía, y rellenamos con esta mezcla la deliciosa masa de pie que sacamos del divertido, claro y educativo libro Cocina de Colores de Karissa Becerra; se supone que es un libro para niños, pero, como Karissa me confesó, en realidad es un libro para los papás.
Este papá, por ejemplo, sí que lo disfrutó.