Un libro de cocina y una historia




De niña quería con todo mi corazón que existiera Mary Poppins. La de los libros, menos bonita que la de la película, pero infinitamente más interesante; severa y mágica, inescrutable e impecable, sarcástica y secretamente cariñosa, siempre negaba haber estado bailando con las constelaciones en la última aventura de Jane y Michael, pero se limpiaba el hombro de polvo de estrellas cuando creía que los niños estaban durmiendo.

Mi abuela Suzanne venía a visitarme con cajas llenas de libros clásicos ingleses y norteamericanos, y yo los devoraba, escondiendo la lámpara debajo de las mantas cuando ya había pasado la hora de dormir. Con ninguna serie me enganché tanto como con Mary Poppins, de la australiana radicada en Inglaterra P.L. Travers; la casita como todas en la calle de los Cerezos, con el papá gruñón, la mamá despistada, la mucama llorona, la cocinera abrumada, la legión de niños y esta institutriz que llegaba a cada tanto como por arte de magia y desaparecía, al final de cada libro, de la misma manera. Por esto entiendo la pottermanía de mi hijo Micael; décadas después otra inglesa llevaría un mundo mágico a Inglaterra y así a los ñaños del mundo.

Uno de los libros de P.L. Travers sigue en mis repisas, y lo sigo abriendo, deslumbrada, a cada tanto. Un viaje de los papás, con la mucama llorona resfriada y la cocinera que tiene que irse de improviso, deja a Mary Poppins a cargo de la cocina, con los niños como ayudantes. En el camino un anciano hace melodías con cucharas, la señora de los pájaros los visita con decenas de pichones, la Sra. Corry les esneña a hacer galletas de estrellas y les regala uno de sus dedos, que se convierte en una varita de caramelo de cebada. La segunda parte del libro es un recetario maravilloso, principalmente de antiguas recetas eduardianas, bajo la consultoría del profesor Maurice Moore-Betty.

El domingo pasado nos povocó preparar algo simple, y Micael rescató del olvido una lata de duraznos al jugo. Así que todos nos pusimos mandiles y, con la ayuda de Tania, que mis hijos adoran como a una Mary Poppins más dulce pero no menos mágica, hicimos este postre en un dos por tres. Es una torta al revés, llamada Topsy-Turvy, por la pareja de amigos de Mary Poppins que terminaron tomando el té muy cerca del techo, con mesa, pastel, teteras y todo.



Torta al Revés (Topsy-Turvy)

Precalienta el horno a 175ºC.
Necesitarás un molde redondo de unos 20 cms. de diámetro, con hueco.


Base (que después quedará arriba):

4 cdas. de mantequilla
1 1/2 azúcar rubia (o panela)
1 lata de duraznos (o frescos también)

Bátelos fuerte fuerte hasta que estén cremosos.


Pon la mezcla en la basa del molde, tratando de que quede parejito.


Pon los duraznos sobre esta base. La receta indica ponerlos con el hueco hacia abajo y una cereza dentro de cada hueco, pero a mí me gusta ponerlos boca arriba, para que al voltearla queden unas colinitas doradas.


Masa:
6 cdas. de mantequilla
1/3 tz. azúcar rubia
2 huevos
1 tz. de harina (preparada, si estás a nivel del mar; en la Sierra, sin preparar)

Bate la mantequilla y el azúcar hasta que estén cremosos. Añade los huevos, uno por uno, batiendo bien  después de cada uno. Añade el harina de a pocos. Bate bien.



Pon esta mezcla sobre los duraznos, tratando de que queden todos cubiertos.


Hornea unos 45 minutos, hasta que la masa esté dorada y firme. Probablemente tenga bastante juguito también; eso es bueno.

Voltéala sobre un plato. Sírvela con crema batida con un chorrito de extracto de vainilla y sin azúcar (no la batas demasiado; para que quede ligera y satinada, bátela a mano; un par de minutos bastan).


Quedó rico, parece. Desapareció como por arte de magia.



Aunque yo pensé que los niños (y no solo) ya se habían llenado en el proceso.






*

La cocina es una institutriz severa y dulce. Requiere disciplina pero también la fe en el poder que uno tiene de transformar las cosas. De transformar un domingo frío, por ejemplo, en una cocina llena de carcajadas y concentración, con final feliz. Y si eso no es magia...





Gracias por las fotos, y por el amor inmerecido, a Frank Cebreros.