Ancón, 1976



Como quien abre una puerta y entra en otra dimensión, hace unas semanas mi corazón volvió a ese tiempo, y ahí se ha quedado. 

La pandemia frenó en seco esta carcocha en la que andábamos todos, pisando fierro a fondo, sin tiempo ni para hacerle mantenimiento, con gasolina para el día. Mientras persistía la cuarentena empecé a darme cuenta de lo absurdo y feo que es vivir así. Corriendo y vendiéndonos. Trabajando una imagen que alimentamos día a día en eso que llaman redes sociales, y que solo en contadas, bellas ocasiones funcionan en efecto como redes de contención para la sociedad. Empecé a darme cuenta de lo feo que es sentir que tenemos que todo el tiempo anunciar nuestros logros públicamente, y demostrar nuestras habilidades monetizables.
Un día me llamó una amabilísima señorita de parte de una poderosa marca de cervezas y me ofreció ser una de sus embajadores. Me indicó la cantidad de posts e historias mensuales que yo tendría que publicar, integrando su cerveza con naturalidad en las fotos y los captions, y los términos de exclusividad que debía conservar. A cambio me darían una cantidad mensual de cajones de cerveza y merchandising y acceso preferencial a sus eventos. Cuando hubiera eventos. 
No les mentiré: no dije inmediatamente que no. Por un par de días dejé la idea ahí, y la observé. Y entendí que, la verdad, no me veía haciendo product placement de un producto industrial en fotos de mi vida. Tendría que haber hecho acrobacias para intentar que no se sintiera forzado - e igual se habría sentido forzado. Además, qué me habría hecho con cajones de cerveza. "Tú estás para ser embajadora de mantequilla francesa, perfumes y joyería fina", me dijo mi compadre, que compartía mi escepticismo. Así que le respondí a la amabilísima señorita que me sentía honrada, pero que no sentía que era la persona adecuada para representar a su cerveza.
Porque no es que me parezca mal; si eres una persona a la que le encanta la cerveza industrial, y le encanta que la gente sepa que tienes jale, es muy auténtico que accedas a una propuesta así. Para mí, también sería auténtico si alguna marca artesanal que me gusta me pidiera un intercambio de productos por exposición. Pero de todos modos, esta invitación me permitió darme cuenta de lo cerca que están esas opciones incluso para alguien como yo, que estoy muy lejos de ser una celebridad. Y cuán fácil es encontrar excusas para entrar en asociaciones incómodas, en ponerse zapatos que no te quedan bien, solo porque son nuevos.

En fin. A qué iba todo esto: hace algunas semanas, un domingo muy temprano, subí a la cocina, me preparé un café. Afuera la calle estaba vacía, los ceibos y sus hermosas flores rosa sobre la vereda. Ya la cuarentena había tenido tiempo de hacer madurar en mí ciertas sensaciones y lo que pasó después fue consecuencia natural de esto, aunque eso no quita que para mí haya sido tan contundente como ver un cometa atravesar el cielo de noche. 

Y lo que pasó fue que puse un montón de agua a hervir en una olla grande y puse también un disco de Lucio Battisti. Una Donna per Amico es uno de los discos de vinilo que había en casa de mi papá -todavía los tiene, aunque en otra casa, en otra vida-, uno de los que más nos gustaban, si por 'gustaban' entiendes una especie de euforia. Poníamos el disco a un volumen considerable e inmediatamente éramos felices, y la verdad que es bastante imposible que no sea así. Es un disco del '78, cuando él ya había vuelto de Italia y había conocido a mi mamá y yo ya tenía cuatro años, así que se lo debe haber traído alguien. La portada me parece increíble ahora, y cuando era niña era potentísima, con sus promesas de lo que podría ser el mundo adulto. Una mesa blanca, una pareja con estilo y de todas maneras con historia, tomando café, todo visto como detrás de un vidrio. Una relación que está en su propio mundo, como estrellas de la pantalla grande. Esa mañana desperté con ganas de escuchar ese disco y por si acaso lo busqué en spotify. Antes no estaba, pero quizás... Y sí, estaba. Todo Lucio Battisti. Mientras sonaban los primeros compases (la batería, el bajo, etcétera) y yo cortaba una cruz en la punta de dos kilos de tomates, los hundía en el agua hirviendo unos minutos, luego los ponía en un tazón con agua fría, y mientras tanto preparaba una masa de pizza, tuve una sensación indescriptible. 

Igual la intenté describir a mi compadre Fil Uno, porque sabía que él ya la había sentido antes que yo. La sensación de que hay que dejar de ofrecerse en escaparate y ponerse a vivir su vida, con estilo como la pareja en la portada de Una Donna per Amico, con la profundidad de quien experimenta los sucesos en un tiempo en el que no existen los medios sociales, en el que cada romance, cada conversación, cada disco que uno pone en el tornamesa, es parte de una película, de nuestra propia película; algo que podemos, si así lo queremos, convertir en una fotografía o en una canción, pero que vivimos para nosotros mismos. Sentí que había llegado la hora de dejarme de sonseras y empezar a vivir como una italiana bohemia en los años '70.

Fil Uno me entendió, por supuesto, completamente; entendió incluso el vínculo italiano, porque ha sido parte de su propia epifanía. 

Creo que tiene algo que ver con la dignidad.


Mi padre corría olas. No siempre era tan serio. Ahora es una de las personas que más me hace reír.

Estas fotos me las había pasado algunos días antes mi papá, y también mi tío Irzio. Me contaron que fue en el cumpleaños de mi bisnonno Serafino. Debe haber sido pocos días después de año nuevo; eso explicaría las serpentinas amarillas. En Ancón en los años '70 no debe haber habido infinita variedad de cotillón; solo lo que la temporada indicaba.



Me conmovió ver ese baile de serpentinas y brazos y sonrisas alrededor de mí. Les explico: por algún motivo que a veces me parece tan extraño como un milagro, la cuasitragedia que fue mi concepción para las familias implicadas (mis padres eran demasiado jóvenes, mi madre definitivamente extra demasiado joven, y además esto sucedía, en el caso de mi padre, en una familia italiana por generaciones) se transformó entre los Pinasco en una fuente de alegría. Al parecer, era una bebé simpaticona; enamoré a todos quienes se habían opuesto rotundamente, y comprensiblemente, al romance entre mis padres. 

Y así fue que desde mi primer verano mi vida transcurrió entre contrastes. De niña, las dificultades económicas en la vida cotidiana tenían el antídoto de los fines de semana en un departamento frente al mar; salir a navegar cada día y volver con el cuerpo tonificado a almorzar pescado, ducharse, salir a montar bici al malecón, terminar el día con un paseo abrazada de la barriga gigante de mi nonno, y tener como destino la confitería, donde reinaba su prima y nos servían milkshakes y papas fritas cortadas en zigzag.

*

Dice Maya Angelou que nadie va a recordar qué les dijiste, ni qué hiciste. Pero lo que sí van a recordar es cómo les hiciste sentir. Veo estas fotos y lo confirmo: mi nonno, sus hermanos, sus sobrinos, mi padre, me hicieron sentir amada. 
Hace unos días escuché también que el trabajo de un padre, de una madre, es hacerte sentir que perteneces. Desde entonces, procuro hacer eso por cada miembro de mi familia. Pertenecen en mi casa, en mi corazón. Por ende en la vida, en este mundo.

¿No es hermosa esa torta? Y ese bosque de velas

Mi familia Pinasco sembró en mí la semilla del trabajo a consciencia y del ocio bien vivido. De tener la habilidad de recitar un poema y poner a un volumen considerable una ópera o una balada napolitana. De la importancia crucial de una buena fiesta, de una torta con montones de velas, tantas como años cumple el festejado. Si son 80 años, pues que sean 80 velas, y que la luz arda como su vida. Sembró en mí la confianza en que puedo hacer una salsa marinara y una masa de pizza un domingo cualquiera por la mañana, porque no es un gran qué. 
Sembró en mí, sobre todo, una luz que me ha salvado en los momentos más oscuros de mi vida. Por más profundo que me haya hundido la depresión, dos cosas me salvaron más de una vez: pensar en mi madre, y el calor de haber sido una bebé amada, una niña adorada, con serpentinas amarillas que bailaban a mi alrededor.  
  



{ gracias a los primos Pinasco por las fotos y por recibirme en la familia con tanto amor }


Masa de pizza (para 4 personas)

600 g harina sin preparar (preferiblemente, harina panadera de buena calidad)
1 cdta. levadura seca instantánea, o 2 cdtas. levadura fresca
1.5 tz agua tibia
1 cda. sal marina o de Maras
3 cdas. aceite de oliva extra virgen

NOTAS: 
* Puedes remplazar 150 gramos de harina por harina integral.
* Prepara la masa en la mañana del día en que quieres almorzar pizza, o la noche anterior. 
* Si no tienes mucho tiempo, utiliza 15 gramos de levadura seca instantánea, o 30 gramos de levadura fresca. En ese caso, con un par de horas de levado será suficiente.
* Confirma que el agua tibia no esté demasiado caliente; de otro modo matarás a la levadura. Debe estar solo a temperatura corporal.
* Tienes dos opciones, dependiendo de tu tiempo y de tu energía: amasarla a mano, o en batidora. Aquí doy las indicaciones para ambos métodos.
* Para mí, funciona perfectamente hacer las dos preparaciones por la mañanita. Así, a la hora del almuerzo estarán listas para usar. Pon un disco que te encante, prepárate un café y ponlas en marcha.

Si usarás batidora:
Coloca en el tazón de la batidora la harina y haz un buen cráter en el centro. Vierte el agua encima y espolvorea la levadura (o vierte la levadura fresca desmenuzada, y remueve con una cucharita). Deja reposar cinco minutos. Espolvorea la sal alrededor del cráter y añade el aceite de oliva.
Amasa a velocidad mínima con el adminículo de amasado (uno que parece un tornillo) hasta que la mezcla esté integrada, aunque parezca un waipe. Deja reposar cinco minutos y amasa cinco minutos más. Aceita ligeramente tu superficie de trabajo con aceite de oliva y transfiere ahí la masa. Dale una amasadita ligera con las manos y forma una bola. Engrasa con aceite de oliva el tazón que utilizaste y coloca ahí la bola de masa, con el lado de arriba para abajo. Gírala para que la parte de abajo quede encima. Corta una cruz sobre la masa con un cuchillo afilado. Cubre con una telita limpia. (Si vives en la Sierra, o en algún lugar muy seco, puedes cubrir el tazón con film).

Si amasarás a mano:
Vierte la harina sobre tu superficie de trabajo, haz el cráter y sigue todos los pasos, pero sobre la mesa. Integra poco a poco la harina en el agua con levadura. La forma de amasar una pizza es muy particular: debes levantar con los dedos el menjunje que obtendrás, y luego tirarlo con fuerza sobre tu mesa de trabajo. Después de unos diez minutos, cubre con una telita limpia y deja reposar cinco minutos. Vuelve a estirar con los dedos la masa y a lanzarla contra la mesa, como si fueran todos tus errores pasados. Repite al infinito, hasta que por arte de magia, y gracias y tus músculos, el menjunje se convierta en una masa lustrosa y elástica. En ese punto, engrasa con aceite de oliva el tazón, coloca la masa con la parte bonita hacia abajo, gírala para que ahora quede arriba, y haz el corte en cruz con un cuchillo afilado. Cubre el tazón con una telita limpia (o con film si vives en algún lugar muy seco).

Déjala reposar hasta que doble su volumen, o hasta que sea la hora de formar las pizzas. Calcula unas 4 horas. Si dobla volumen muy rápido, dale a la masa un puñetazo en cámara lenta, vuelve a cubrir y deja levar nuevamente. 

{ Si estás preparando la masa la noche anterior, lleva el tazón a la refrigeradora. Al día siguiente, retira la masa de la refri y deja que llegue a temperatura ambiente antes de formar las pizzas. }

Enciende el horno a temperatura máxima. Prepara tus toppings: corta tomates en rodajas delgadas, ajitos en láminas, tal vez cebollitas en rodajas, hierbas aromáticas, tocino o jamón, anchoas, lo que tu corazón desee. Deshilacha la mozzarella. Pon todo en el lugar donde armarán las pizzas, además de aceite de oliva, sal, pimienta, peperoncino o algún otro ají seco en hojuelas, salsa marinara o pomarola. Necesitarás también polenta o sémola para la lata para hornear. Llama a todo el mundo para que cada uno se prepare la pizza como mejor le parezca. 

Aceita las latas para hornear que utilizarán y espolvorea polenta o sémola. Corta la masa en 4 pedazos (para los niños, medio pedazo es suficiente). Dale una ligera forma redonda o rectangular con las manos, pero sin amasar más, para que la masa no se ponga demasiado elástica. Estira la masa con los dedos, cogiéndola en un extremo, dejándola caer para que el peso la estire, girándola. Puedes hacerla tan gruesa o delgada como quieras. Colócala sobre la lata preparada. Ponle un poco de marinara, dejando un par de centímetros en el borde de la masa sin salsa. No pongas demasiada, o la masa se humedecerá. Ponle los toppings que quieras, sazona con sensatez y un chorrito de aceite de oliva, y lleva al horno entre 10 y 15 minutos. Si usarás albahaca, añádela al sacar la pizza del horno, no antes, para que las hojas no se pongan negras. Corta y disfruta.   

{ mi receta de la masa de pizza es una combinación de la de Smitten Kitchen y la de Tante cose con il pane, un libro instruccional de la biblioteca del Nonno } 



Salsa de tomate

2 kilos de tomate 
1 cebolla grande
2 hojas de laurel, o según: depende del tamaño
2 cdas. mantequilla con sal
3 cdas. aceite de oliva 
sal
pimienta
una pizca de azúcar rubia (opcional)

Pon a hervir agua en una olla grande. Llena un tazón con agua fría. Mientras tanto, lava los tomates y córtales una cruz en la punta. Cuando rompa el hervor, añade algunos tomates y déjalos unos minutos. Cuando veas que se ha soltado la piel, retíralos con una espumadera y pásalos al tazón con agua fría. Después de unos minutos, jala la piel por donde cortaste en cruz. Debería despegarse con suma facilidad. De lo contrario, regresa los tomates rebeldes a la olla un ratito más. 
Una vez pelados, córtalos en 4. Retira la pulpa con pepas y descarta. { NOTA: La versión original de este post decía: "Pon un colador (preferiblemente un chino) sobre un tazón y echa ahí toda la pulpa. Una vez que hayas terminado, remueve con una cuchara para que el líquido caiga en el tazón. Descarta las pepas." Pero me temo que la pulpa peposa, aunque las pepas hayan sido descartadas, amarga la salsa. Cuando retiro la pulpa peposa queda mejor... así que aunque me duela descartar el interior, sugiero hacerlo. }    
Pica la cebolla y el ajo. Coloca en una olla grande el aceite de oliva, la mantequilla, la cebolla, el ajo, el laurel y una buena pizca de sal. Cocina a fuego bajo, removiendo con frecuencia, hasta que las cebollas estén traslúcidas y muy blandas; pueden dorarse, pero no dejes que se pongan marrones. Añade los tomates. Deja cocinar a fuego medio, removiendo a cada tanto, hasta que puedas cortar los tomates fácilmente con una cuchara de madera. Retira el laurel, licúa con una licuadora de inmersión (y con mucho cuidado; es preferible esperar un poco para no quemarte) (también puedes usar una licuadora normal, y licuar en partes, pero espera a que baje un poco la temperatura de la salsa). Regresa la salsa licuada, junto con el laurel, a la olla. Cocina destapado a fuego muy lento, un par de horas, hasta que la salsa se haya reducido y esté espesa, y el tomate haya desarrollado un estupendo sabor umamoso. Si sientes mucha acidez en la salsa, añade una pizca de azúcar rubia y deja cocinar un poco más. Sazona con sal y pimienta.
Es excelente tener siempre esta salsa a la mano; guárdala en frascos no muy grandes, para que se conserve mejor. Mi Nonno congelaba su pomarola en raciones para unas 4 personas por vez.

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4 comentarios:

Claudia Castillo dijo...

Hermoso.

Alessandra Pinasco dijo...

Claudia de mi corazón! Gracias por visitar, por leer, por tu cariño.

Jessica Bartra dijo...

Lo máximo Ale!!! Desde chiquita bella por dentro y por fuera imposible no quererte. Escribes hermoso me pegué a tus recuerdos. ❤️

Mel dijo...

❤️