Holandesas, para esperar la Navidad
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La felicidad me sorprendió hace catorce años, en esta precisa época del año. Un chico se instaló gradualmente en mi corazón; un chico que me quería con pasión y determinación. Pero sobre todo, y esto fue lo que más me sorprendió de la particular, longeva felicidad que conocí con él, fue que era un experto en en las artes del hogar. Una de nuestras primeras citas consistió en hacer una casita de jengibre, siguiendo las instrucciones del antiguo recetario de su madre. Terminamos de armarla a las dos de la mañana, lo cual resultó en la primera entrada de esta bitácora. Al día siguiente fue a buscarme con unas cuantas cajas de galletas especiadas, ya que empezaba Adviento, que en su familia alemana y luterana se celebró toda su vida con entrega total. Y yo, que me había resignado a estar salpicada de la compañía eventual de hombres egoístas, no podía creer que este chico tendía su cama a la perfección, sabía dónde vendían los mejores pretzels de la ciudad (y hacía el desvío para llevármelos), era el encargado en su casa de preparar el ganso, o el jamón glaseado, o el animal que fuera para Navidad, y cantaba las canciones que cantan los alemanes los cuatro domingos de Adviento. Que son distintas a las que se cantan en Navidad. Que también se sabia.
Yo, cómo explicarlo, no tenía idea de
que eso que mi corazón añoraba era posible. Poco después el chico, con la misma
pasión y determinación, me dijo que era hora de vivir juntos.
Después de un tiempo me pidió la mano, con una rodilla hincada como
un personaje de ficción. Mi esposo me permitió descubrir esa vida
que siempre temí estaba más allá de mi alcance, una vida de
felicidad doméstica pero no por eso menos intensa. Una vida intensamente doméstica. Por eso, cada vez que empieza el ritual de
la espera de la Navidad, de preparar galletas especiadas y casitas de
jengibre y hacer una corona de ramas siemprevivas y prender cada vez
una vela más, para mí se enciende la alegría doble de estar
trabajando activamente para que nuestra casa sea un espacio de luz y
de recordar que fue en este contexto en el que mi hombre se instaló,
definitivamente, en mi corazón. Y se enciende una consciencia primigenia, entre el olor del pino y el ciprés, la familia trabajando junta entre frascos de harina y azúcar, las botellitas de especias de mi suegra, la luz de las velas.
Ese libro alemán de su mamá ahora vive
entre mis otros libros de cocina, y he aprendido suficientes palabras
de ese hermoso idioma preciso como para lograr seguir una receta. Desde hace varios años, cada diciembre preparo estas galletas, que antes hacía mi suegra, Anna María. Hoy las comparto con ustedes. Podrán encontrar esta receta, junto con
muchos otros hechizos, en mi libro La
Marmita Encantada, que es un vistazo, bajo la mirada atenta de Julia Bochanneck, a lo que es nuestra vida en una casita en los Andes, en la que todo
gira en torno a la mesa, la hornilla, el horno, los frascos de
ingredientes, las especias profundas con las que hacemos las galletas con las que se espera la Navidad.
La Marmita Encantada
se presenta esta noche a las 8 p.m. en la
Feria del Libro Ricardo Palma.
¡Ahí nos vemos!
Las fotos de este post son de Julia Bochanneck
Holandesas
Rinde unas 30 galletas
Ingredientes:
200 g harina sin preparar
50 g sémola
½ cdta. cremor tártaro
¼ cdta. bicarbonato de soda
1 cdta. canela molida
1 pizca de nuez moscada
125 g azúcar rubia
50 g almendras, o castaña peruana
1 huevo
125 g mantequilla fría
200 g chocolate (de 60% o más)
Tuesta la mitad de las almendras o
castañas peruanas. Pica las castañas tostadas y también las que no
están tostadas.
En un tazón de la batidora, usando un
batidor de mano, mezcla la harina, la sémola, el cremor tártaro, el
bicarbonato, la canela, la nuez moscada y el azúcar. (En lugar de
cremor tártaro + bicarbonato, puedes usar ¾ cdta. de polvo de
hornear.) Añade las almendras o castañas y mezcla. Añade el huevo
y bate a velocidad baja hasta integrar. Añade la mantequilla bien
fría, en hojuelas. Bate a velocidad mínima. Humedece tu superficie
de trabajo y coloca encima un pedazo de film. (Si usas papel manteca,
no humedezcas la mesa.) Con una espátula, vierte la masa sobre el
film o papel manteca. Forma con las manos un rollo bien compacto de
unos 4 cm. de diámetro. Envuélvelo firmemente en el film o papel
manteca. Lleva el rollo al congelador durante 20 minutos o a la
refrigeradora durante una hora como mínimo.
Precalienta el horno a 180ºC. Cubre una
lata para hornear con un mat de silicona o con papel manteca. Corta
rodajas de 4 mm y colócalas sobre la lata para hornear, dejando unos
3 cm. entre galletas. Hornea durante unos 10 minutos, hasta que los
bordes estén dorados. Deja enfriar. Mientras tanto, coloca film
sobre tu mesa de trabajo y una rejilla encima.
Pon agua caliente en una ollita. Coloca
dos tercios de la cobertura en un tazón que quepa sobre la ollita.
Derrite a fuego bajo, removiendo con cuidado con una espátula
pequeña. Cuando el chocolate se haya derretido, retira el tazón de
la ollita. Añade el resto de la cobertura y mezcla con la espátula
hasta que se haya derretido por completo. Hunde cada galleta hasta la
mitad en la cobertura y colócalas sobre una rejilla hasta que el
chocolate se seque. Sirve inmediatamente, o guarda en un frasco bien
cerrado, hasta una semana.
1 comentarios:
Estoy fascinada con tus recetas, tus historias de familia, el lugar en donde vives, tus relatos del enamoramiento, que te digo, llegue a tu pagina buscando nuevas recetas de gargueros. Gracias por escribir cosas tan bella y tan ricas. Soy peruana y vivo en Los Angeles desde hace casi cuarenta años.....buena suerte!
Tati
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