Debajo del Árbol


Cuando bajé a preparar el desayuno el 24 por la mañana me encontré con una escena rarísima en la vida con un niño de cinco años ("casi seis"). Micael estaba echado sobre un pouf, contemplando el árbol de Navidad, casi sin moverse, y al parecer había estado así hacía mucho tiempo. Seguía en la misma posición cuando lo llamé para desayunar.


La casa se sentía diferente; el Efecto Navidad estaba encendido, tan tangiblemente como si alguien hubera activado un interruptor. O tal vez es simplemente lo que pasa cuando te entregas en cuerpo y alma a los preparativos navideños; eso pasó en casa gracias a la tradición luterana de Frank, con sus lonches de Adviento los cuatro domingos previos, y al entusiasmo de Micael, que cada mañana abría su bolsita de fieltro en el calendario de Adviento que cosí para él, y encontraba un chocolatito o una figurita. He nacido para esto, pensaba la noche anterior, mientras envolvía los regalos. He nacido para ser una Hausfrau.

La noche del 24 Frank y yo nos movíamos por la cocina con la diligencia de operarios de submarino, él con su mandil de leopardo y yo con el mío de piñas. El menú de la cena estaba pegado a la puerta de la refri como un mapa, para no perder el rumbo: higos con queso filadelfia y pecanas acarameladas, Stollen, Lebkuchen y ciruelas frescas en la mesa de la sala para los amigos que visitaran antes de la cena; un enrollado de cordero de nuestra deli favorita con puré de peras hecho en casa y una ensalada con tomates cherry y más pecanas acarameladas; de postre, chocolate caliente y un pudín de chocolate con leche de coco y curry, hecho con un majestuoso chocolate La Continental que nos regalaron nuestros amigos Micaela y Fernando.

A las 10 nos sacamos los mandiles, nos sentamos en el sofá, nos servimos una Erdinger y nos miramos, contentos pero algo sosegados por la sospecha de que nos ganaríamos el premio a los que más se complican la vida.

Pero algo me dice que el premio vale la pena. En la mesa éramos solo los 3, pero sabemos que nos debemos las mismas deferencias, el mismo esfuerzo, la misma cena opípara que si estuviéramos cocinando para diez invitados. La casa está abierta para todos pero ya desde el año pasado decidimos que le íbamos a decir no a la locura navideña, léase estar trasladándose por toda la ciudad para complacer a la(s) familia(s). Ya somos nosotros una familia, razonábamos. Ya vendrán más niños para acompañar a Micael en su espera decidida y feliz de la medianoche.

- Ya quiero que sean las 12 para abrir mi guitarra!
- Quién te ha dicho que es una guitarra?
- Ay pues! Claro que es una guitarra! Si tiene la fooorma...
- Cómo sabes que no es un elefantito parado así?
- Cómo va a ser un elefante!
- Tienes razón, no es un elefante, es un hombre de nieve.
- Ay! Si fuera un hombre de nieve se derretiría! Es mi guitarra! (sigue solo de air guitar)

A 10 para las 12 estábamos sentados frente al árbol, Mica celular en mano para la cuenta regresiva, yo ideando una nueva tradición: a las 12 de la noche, abrazo colectivo.

Y a abrir los regalos!


- A dormir.
- Ya no tengo sueño, mami!
- A dormir! Son las dos de la mañana. (Y quiero terminar mi chocolate caliente y meterme a la cama)
- No seas mala! Es Navidad! Mica está jugando! (F, que quiere seguir jugando con Micael y el helicóptero a control remoto que le regaló su padrino).


Han pasado cuatro días. Es domingo por la tarde y el árbol brilla. La casa está callada; F está de viaje y Micael con su papá, y estoy disfrutando del rarísimo placer de un día a mi ritmo. Una novela gruesa de Henry James cayó sobre mi pecho cuando me quedé dormida en el sofá de la sala. La levanto y sigo leyendo: la heroína se ha sentado en una banca del jardín, debajo de un árbol; lleva puesto un vestido blanco adornado con lazos negros. En unos minutos le ocurrirán dos cosas, y algo en ella lo sabe; le llevarán una carta de un pretendiente y un lord inglés le propondrá matrimonio.

Paso la página y sonrío, de esas sonrisas pequeñas que uno se permite cuando está solo. Este es un tiempo mágico. Ese paréntesis entre Navidad y Año Nuevo en el que uno se prepara para abrir su mejor regalo: un año por empezar, conspicuo y misterioso como un paquete envuelto con cintas y papel de seda debajo del árbol.


Y que así sea. Dos canciones de Navidad y mucho amor para ustedes.

(y gracias a todos los que nos enseñaron los secretos de estos días)