Helados de invierno
La felicidad es decidirte a tocar lo que siempre te habías resignado a mirar. Hoy, en el Mercado N° 2 de Surquillo, no pude resistirme y compré estas cositas maravillosas, recontra peruanas, de colores de cuento y proporciones de juguete. Son los helados de invierno, barquillitos con marshmallow que cumplen lo que prometen: no derretirse nunca y nunca enfriarte la lengua si, como sucede la mayor parte del año, no ha salido el sol. Helados a prueba de decepciones.
Vienen también en versión sándwich de wafer. Que ya no existe, pero cuando era niña era casi tan popular como el sándwich de chocolate, con galleta. Que, por supuesto, eran mucho más ricos que los de ahora; la galleta era sólida y de un chocolate oscuro, sabroso. El helado se escurría entre las tapas. Era un reto exquisito. Estos sándwiches de helado de invierno, en cambio, nunca te mancharán la ropa.
Micael no lo podía creer.
Tal vez un día de estos me decida a probar los otros helados de invierno, que siempre me han hecho guiños desde las calles del centro. Están hechos de un merengue cremoso, amarillo patito, y los sirven, como quien juega a la comidita, en los mismos barquillitos preciosos. Pero eso de comer clara cruda de un puesto ambulante va a implicar un salto de fe. Bueno, un saltito. Pero salto al fin y al cabo. ("Aquellos que miran antes de saltar, nunca saltan", era una de las cosas que tenía escritas en la pared de mi cuarto cuando andaba buscándome desesperadamente. Por algo habrá que empezar.)