Bichos, piratas y plastelina


“Mami, hazme un cumple de hormigas.” De HORMIGAS. Lo sé, es culpa mía por haberle preguntado. Y por haberme prometido que las fiestas de cumpleaños de mi hijo serían hechas en casa. A ver, pues. A inventarse un cumpleaños de hormigas.

Me parece absolutamente comprensible que las mamis, agotadas, opten por hacer las fiestas en el Bembos, en el MacDonalds, en el Burger King (es más, no juro que nunca lo vaya a hacer), o que alquilen un supermegatsunami inflable para que los pericotes suban y bajen y no haya que darle más vueltas al asunto, pero hasta ahora hay algo que me impide optar por el camino fácil. Puede deberse a las fantásticas fiestas que me hacían mis papás, con crípticas búsquedas del tesoro, juegos de ‘ponle la cola al dragón’ o ‘ponle la barba a Merlín’, máscaras de cuerpos celestes hechas por ellos y el momento estelar, cuando mi mami, expertamente disfrazada de viejita o de chino, tocaba la puerta y nos contaba un cuento.

O tal vez tenga que ver con haber tenido el privilegio de dar a luz en casa; siempre he sentido que la celebración por el aniversario de ese día tenía que ser doméstica, también. El primer cumpleaños de Micael lo celebramos en la casa de mi abuela, donde él nació, con una deliciosa torta hecha por Mariella –la del florido y aromático puesto en la Bioferia de Miraflores– sin más azúcar que el de la fruta, decorada con kiwicha pop y un lindo duende de felpa vestido de amarillo que sigo atesorando. Até buganvíleas con cintas de colores en el pasamanos de la escalera del jardín, envolví maromeros en papel celofán, hice helados sin azúcar (no se nota, prometo la receta pronto) y algunos piqueítos. El sol y el jardín hicieron el resto.

Fue en el segundo cumpleaños que la cosa empezó en serio. Vivía en una casita chiquitita en una quinta en la calle Piura, así que opté por llevar la fiesta al patio. Invité a los vecinos, pusimos guirnaldas de papel de una ventana a otra, esteras en el piso, un rincón de juguetes para que jugaran los pericotes. Hice una torta amarilla con corazones de goma rojos y recurrí a la Pastelería Victoria (en Enrique Palacios) para unos deliciosos, asequibles bocaditos. Mi mami trajo la chicha (error, prohibido servirles chicha a niños, tuve que cambiarle de polo a Micael dos veces, la tercera se quedó calato) y los abuelos paternos de Micael trajeron unos sanduchitos. La onda chavo-del-ocho, de fiesta en el callejón, fue lo máximo. Sobre todo cuando el dálmata de mi vecina Sáchiko sacó la cabeza por la ventana del segundo piso y empezó a ladrar sin parar.

En el tercer cumple vivíamos en La Molina, así que le pedí a mi mami hacerlo en su casa, en Chorrillos. Ella se encargó de la comida (naturista, por supuesto, aunque el premio se lo llevó el surrealista error que hizo que la mazamorra morada estuviera espolvoreada con comino en lugar de canela. Pero bueno, las caras de desconcierto sirvieron para romper el hielo). Había una piscinita, los niños hicieron pizzas y el papá de Micael trajo una piñata irrompible, a la que le pegué duro como catarsis. Es que sí, esto de los cumples caseros es lindo, pero conlleva siempre una dosis de estrés. Mi nuevo novio Frank y yo habíamos estado hasta las 2 a.m. haciendo la torta, una receta que no había probado antes y que salió tan chata que tuvimos que hacer una más para ponerla encima. La forramos con masa elástica teñida con colorante, y como no teníamos las herramientas pasteleras del caso, recurrimos al kit de herramientas de plastelina que le regalé a Mica por Navidad. La gente no sabía si era comestible, pero quedó divertida.

Un año más tarde Frank, Micael y yo ya estábamos viviendo juntos, en otra quinta en Miraflores, en una casa menos chiquitita, por suerte. Adela, la abuela paterna de Micael, fue mi aliada cumpleañera; Mica había pedido un cumpleaños de piratas, y gracias al éxito cinematográfico de Piratas del Caribe, en Miami, donde ella vive, encontró todo lo imaginable para un festín piratesco. Un barco pirata armable como centro de mesa con Johnny Depp colgado del mástil, un cofre de cartón del que salían monedas doradas y collares de perlas, mapas, manteles, servilletas, pañuelos marineros, sorpresas en las que venían lápices, libretas, catalejos, más monedas. Y el papá de Mica planeó una búsqueda del tesoro. Pero por supuesto, mandar a hacer una torta hubiera sido demasiado fácil. Así que Frank y yo estuvimos, otra vez, hasta las 2 a.m. construyendo una isla del tesoro, rodeada de un mar de gelatina infestado de tiburones. Y sí, fue un chambón, pero no lo habría cambiado por nada. Por la mañana, mientras poníamos piratitas sobre la isla, no podíamos parar de reírnos de cansancio y felicidad.

Pero nada me había preparado para una fiesta de hormigas. Adela, en otro continente, se peinaba todas las tiendas de accesorios de fiesta y no encontraba nada hormiguesco, ni siquiera insectesco. Desde julio, cuando Mica nos manifestó su decisión –le volví a preguntar varias veces, para ver si se había olvidado y de pronto prefería, no sé, una fiesta del Hombre Araña– nos devanamos el cráneo: ¿Hacemos un hormiguero de verdad? ¿Una torta en forma de hormiguero partida por la mitad, con una plancha de plexiglás que permita ver los caminos de hormigas? ¿Mica, no quieres un cumpleaños del Hombre Araña?

Hasta que llegó la epifanía: el concepto sería un picnic, en el que las hormigas se llevaban la comida. Hicimos hormigotas de teknopor y limpiapipas que pusimos debajo de una de las tortas, mandamos a plotear hormigas grandes, chiquitas y microscópicas que Frank y Micael sacaban con pinza para pegarlas entrando en fila a la casa, subiéndose a la mesa, trepándose a la fábrica de antenas que preparamos (los niños llegaban y armaban sus antenitas enrollando limpiapipas en vinchas y poniendo en las puntas bolitas de teknopor a las que les habíamos hecho un hueco.
Se les veía lindos a los bichos estos).


Pero –siempre hay un pero– por la mañana entré en colapso porque experimenté con dos baños de torta que nunca había hecho y los veía medio melindrosos. Es solo una torta, me repetía Frank una y otra vez, mientras yo temblaba de frustración. Aunque al final no quedaron tan mal, creo. Una receta la saqué de un coleccionable de El Comercio en el que trabajé: un bizcocho delicioso de zanahoria, manzana y miel cubierto por un baño de queso crema, miel y limón rallado, con mariposas y orugas de fruta encima. La otra, con un baño de claras batidas y fresas, fue para satisfacer el pedido expreso del chiquitín, y porque con una no habría alcanzado. (Una lección: comprar muchas más sorpresas que invitados; siempre cae el primito, el amiguito que invitaron, los hermanos, los etc.)

Un niño le regaló a Mica una especie de lanzamisiles de espuma, que armó el tono. Y cuando ya los niños –acostumbrados a ser divertidos por señoritas en botas y minifalda con micrófonos y Barneys gigantescos– preguntaban cuándo iba a empezar el show, bajó mi mami, expertamente disfrazada de viejita, y les contó un cuento. No hubo show; hubo algo mejor que eso. Hubo ese momento mágico en el que un adulto, rodeado de niños hipnotizados, encantados, cuenta un relato que le contaron a él, cuando era niño.

¿Y el próximo cumpleaños, de qué será? Todavía no he tenido el valor de preguntárselo a mi principito. Pero estoy segura de que será agotador. Inolvidable.



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7 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente tu sitio www, y excelente lo de los cumpleaños de Micael y lo de las hormigas, me gustó muuucho, pero, (disculpa mis peros?) las hormigas van de ida y vuelta y TOCANDOSE con las antenas: una por una, interminablemente e igual llegan a sus destinos... no solo trabajan como hormigas sino que tienen paciencia y solidaridad de Hormigas..!!
Muchas gracias
Alfio

Alessandra Pinasco dijo...

Gracias a ti, Pa, por la inspiración! Tienes razón con lo de los saludos de las hormigas, faltó eso, no?

Un abrazo

A

Alessandra Pinasco dijo...

Recibí este mail de mi abuela Suzanne y le pedí permiso para publicarlo como comentario; la idea del blog es compartir, y estas palabras están para ser compartidas!


Querida nieta,

Me ha encantado tu relato de los santos inolvidables y
agotadores. Tu tia Suzie debe tener una foto de su
primer cumpleanos donde hice la torta de Hansel y
Gretel. Yo, como tu, o tu como yo, tenemos el mismo
sino: partir por lo dificil porque lo facil no tiene
gracia! Jamas he soportado a las gritonas con
mimifalda sin pizca de gracia (esa palabra otra vez !)
haciendo que los ninos se vuelvan cada vez menos
sensibles. En fin, todos no somos cortados con la
misma tijera (gracias (otra vez esa palabra ) a Dios,
y hay ocasiones para todos las sensibilidades. Cuando
quieres hacer otro santo para mi queridismo Micael te
ofrezco el jardin de la Calle Once . Quizas podriamos
ensenar a Mantra hacer unos malabares.Por los menos,
es trome corriendo detras de uan pelota dando saltos
de felicidad. Mantra--trabajo para la mente!! Que
venga Micael para seguir entrenando a los dos.
Un beso para los tres y cualquier otro que ande por
alli.
Tu Mamama

Alessandra Pinasco dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alessandra Pinasco dijo...

Recibí este precioso mail de mi amiga Namasté, que reproduzco con su permiso:

Querida Ale,



Que relato mas lindo, dulce y divertido!!!! Nosotros, aca en Cusco, tambien hemos iniciado tradiciones familiares caseras con los sobrinos. Marlis, su marido Franco, yo y cualquier otro miembro de la familia que tenga la dicha de estar con nosotros en los cumpleanhos de cualquiera de los sobris, se gana con un entrenamiento fiestero de primera.

La madrina del cumpleanhero/a debe encargarse de la torta. Yo, que soy madrina de Valentina, hago siempre la misma torta (la unica que conozco y que me sale medianamente bien, pues no tengo dotes, paciencia ni sazon de repostera o cocinera), pero con diferentes decorados cada anho (me encanto el sol que le pusiste a Micael, asi que lo tomare prestado para el cumple de Valentina este anho!!) y Marlis se disfraza de payasa para hacer algunos juegos y bailes, para luego hacer alguna manualidad con los ninhos que es, ademas, su sorpresa.

Hacemos bocaditos naturales (galletitas de kiwicha y palitos de germen de trigo), sanguchitos, aceitunas, gelatina y mucho, pero muchisimo amor y buenisima honda; y tratamos siempre de salir al campo: al Valle, a la Laguna de Huacarpay, Urcos o algo asi. Pasar el dia en el campo, con mucho sol y espacio para correr, saltar y bailar es un relajo hasta para los padres.

Ojala que algun dia podamos estar juntas para que nuestros ninhos disfruten de sus cumpleanhos.

te quiero mucho

Namas.

Alessandra Pinasco dijo...

Otro maravilloso recuento cumpleañero cusqueño de Namasté. Como para tomar un avión, no?

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Querida Ale,

para continuar compartiendo lindas experiencias de santos hechos en casa, te cuento que ayer, por el santo de Valentina, nos fuimos a hacer una caminata y un picnic al Templo del Arco Iris con sus amiguitos mas queridos y su familia. La caminata fue cortísima (Marlis calculó pésimo el tiempo), pero los chibolos estaban muy entusiasmados y se sintieron los más exploradores. Conversamos sobre las plantas y arboles que ibamos encontrando en el camino, saltamos acequias y pequenhos rios y cantamos con los pajaritos.



Llegamos a una pampita preciosa rodeada de cerros y una cueva y con un sol maravilloso. La cueva, alta y casi de tajo abierto, fue la mayor atraccion. Cuando se cierra el canal que pasa por arriba, empieza a “llover” en la cueva y se forman, con la luz del sol, tres arco iris dentro de ella. Pajísima. Todos nos bañamos en agua de arco iris e hicimos una ofrendita con hojitas de coca y unas florcitas que las niñas recogieron. Así que le regalamos a Valicha unos arco iris preciosos y la compañía de quienes más la quieren.



Muchos besitos,

Namas

Anónimo dijo...

Ciekawy artykuł. Pozdrawiam