Los regalos del bosque
El día que escribí este post, hace unos diez días, vinieron a instalar medidores en mi barrio y poco ceremoniosa y torpemente apagaron la corriente sin avisar. Por ende, mi computadora luego no prendía, y perdí esta entrada. Pero siempre que me pasa algo así recuerdo la historia de ese investigador europeo que escribió un estudio exhaustivo sobre el ají, perdió el manuscrito en un incendio, lo reescribió, se lo robaron y lo volvió a escribir. O viceversa. El asunto es que no quiso que lo que tenía que decir quedara sin decirse. Si hay que reescribir, se reescribe. Así que hoy que la compu ha vuelto a la vida, volveré a tejer este relato. No saldrá igual que antes. Saldrá como es hoy.
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Hace un par de meses mi madre nos envió de Lima una caja con cuentos. Algunos eran míos, de cuando era niña, y han regresado después de pasar por los manos de mis hermanos y herman-astros. Entre ellos estaba la serie de El Gran Libro de los Gnomos, que se ha vuelto un favorito entre mis hijos. La pequeña Celeste me pide antes de dormir que le ‘lea’ algo del Nomo. De pronto entendí a qué van todos los cambios que mi esposo y yo hemos hecho en los últimos años: queremos vivir como Gnomos.
Parte de lo que hacen los gnomos cuando salen a caminar temprano al anochecer (viven de noche para no cruzarse con los humanos) es recolectar lo comestible que encuentren en el camino. Es algo que desde siempre me ha encantado, me parece tan sensato como travieso. Y claro, en inglés, idioma hermoso, tienen una palabra precisa para esto: foraging.
Ya antes he compartido con ustedes nuestras aventuras con el foraging urbano. Ahora que tenemos un bosque detrás de la casa, volvemos de cada paseo con la canasta llena. Hace un par de semanas fuimos al bosque con nuestro amigo Fil, que encontró unos hongos suculentísimos, que le habían preparado el día anterior unos amigos cocineros. Igual, como con los hongos nunca se sabe, consultamos Internet y este libro de mi Nonno, que es uno de los favoritos de mi hijo Micael.
Norma, mi asistente doméstica, se escandalizó un poco cuando los vio; dijo que en el barrio no los recogen, porque crecen en la caca de la vaca. No, le dijimos; estos crecen bajo los pinos. (Los que crecen en la caca de la vaca, nos explicó luego nuestro amigo Malaki, son o alucinógenos o mortales, dependiendo de la cantidad de rayitas que tengan en el tallo). Así que por favor, antes de comer los hongos que has de recoger, investiga, no vaya a ser que termines en El Más Allá. O que creas que ahí estás.
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Ahora que nos consta, entonces, que nuestros hongos son los que llaman boletos, y en algunas partes callampas, los comemos con toda tranquilidad. Y cuando nos provoca una pasta con sabor a bosque, ya sabemos qué hacer.
Como he dicho antes, una de las normas para el buen forager es mantener siempre la mente abierta. Uno nunca sabe con qué se puede encontrar.
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Puedes preparar estos hongos como prefieras. A mí me gustan en una salsa rápida para acompañar la pasta; esta está basada en una que me enseñó mi amigo cocinero Eduardo Quevedo, a.k.a. El Mostro, hace más de diez años, cuando yo era un poco casquivana y tenía un departamentito encantador en el barrio cusqueño de San Blas, donde poníamos discos de los Rolling Stones y preparábamos platos fragantes como quien conjura los malos espíritus. La salsa originalmente lleva tomate en lugar de hongos, y me ha acompañado desde entonces. No daré cantidades exactas porque el encanto de esta salsa es hacerla con filin. Dice así.
Pasta Mostra con Hongos Salvajes
Una cebolla picada
Una nuez de mantequilla
Un chorro de aceite de oliva
Hongos del bosque (no alucinógenos ni mortales), limpios y picados
Un chorro de crema de leche
Sal marina
Pimienta recién molida
Poner a sancochar la pasta (100 gramos por persona) en una olla grande, con abundante agua hirviendo tumultuosamente, a la que has puesto sal una vez roto el hervor. Mientras se cocina, preparar la salsa.
En una sartén echar la cebolla, la mantequilla y el aceite. Sazonar. Cocinar a fuego medio; la idea no es que se doren sino que se pongan traslúcidas. Me gusta encontrar la cebolla crocante en la pasta. Añadir los hongos (o los tomates). Una vez cocinados, bajar el fuego al mínimo, añadir la crema de leche y rectificar la sazón. Escurrir la pasta y echarla en la sartén con la salsa. Mezclar bien y servir IN-MEDIATA-MENTE. Comer con abundante queso parmesano.
NOTA: Mi esposo prefiere dorar los hongos primero en mantequilla bien caliente, para que mantengan una mejor textura. Lo recomiendo.
Provecho, y que los gnomos los acompañen siempre, a escondidas, en sus paseos por el bosque.
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