Paté de Higaditos
Esto no es evidentemente navideño. Pero por algo me ha provocado prepararlo, y prepararlo para ustedes. Los días antes de Navidad son algo paradójicos; por un lado son un momento de parar el ritmo frenético, para concentrarnos en dar y en compartir. Por otro lado, dar y compartir y, para los que vivimos de producir pequeñas cosas, aprovechar esa extraña vorágine llamada la Campaña Navideña, que bien podría ser el nombre de un temible, irresistible monstruo, genera el ritmo más frenético del año.
Por eso tener algo
listo para comer cuando llegamos a casa con ganas de acurrucarnos en
el sofá para ver varios capítulos de nuestra serie favorita es
invalorable. Sobre todo si es algo listo y chic. Así sentimos el
gusto de un día de trabajo bien hecho, alegría epicúrea y confort
espiritual. Es decir, es bien distinto pedir una pizza que cortar
unas rodajas de baguette y untarlas con paté hecho en casa.
Pero no solo eso me
impulsó hoy, 16 de diciembre, a preparar un paté. Tenía ganas de
sentir en casa el olor del hígado cocinándose en cebollas, ajos,
hierbas y licor, de distribuirlo con cuidado en ramequines celestes,
de cortar ramitas de tomillo de mi jardín para sazonarlo y
adornarlo. Ha sido parte del exquisito, arduo proceso de preparar mi
casa y mi espíritu para la cena navideña en la que todos los años
recibimos en casa a la gente muy especial que viene a nuestra
cabañita en la punta del cerro, sea desde el centro de Cusco, sea
desde ciudades lejanas.
El tercer motivo es
que un ramequín lleno de paté hecho por ti puede ser un bello
regalo navideño, o algo perfecto para llevar a una cena navideña o
prenavideña. Casero y fino, la combinación perfecta.
No se sientan
intimidados por la idea de preparar un paté. El nombre será
francés, pero significa simplemente empastado, hecho pasta. (En
francés hasta 'mosca' suena elegante. 'Mouche'. Así que no lo
piensen dos veces.) Y, como muchas delicias francesas que suenan a
imposiblemente sofisticado, es todo lo contrario; es al mismo tiempo
muy rústico y muy sencillo. Yo tengo una cocina diminuta y no tengo
procesador, sino solo licuadora, y lo preparo un par de veces al mes,
sin ninguna angustia. Aprender a cocinar es algo que sucede mientras
más tiempo estemos frente al fuego. Como dominar, o, mejor dicho,
aprender a relacionarse con un instrumento musical. Es cuestión de
práctica, práctica, práctica. Y cada plato nuevo te da
herramientas para tu repertorio, te da información para que luego
puedas mandarte a hacer otra cosa que nunca has hecho antes. Adquirir
más poderes mientras más avanzas es como estar en un videojuego
perpetuo. Es gratificante. Es emocionante.
Hoy vino nuestro
vecino precisamente durante la parte más fragante de la preparación,
cuando estaba todo en la sartén. Cada vez que entro por esta puerta
siento que estoy en Francia, dijo. Le conté que eso era por diseño;
cuando decidimos mudarnos a esta casita, linda pero chiquita, pensé
en cómo resolverían el uso del espacio sus habitantes si esta
casita estuviera en alguna campiña francesa. Todo lo diseñamos y
decoramos con eso en mente. Antes muerta que sencilla, siempre dice
mi mami. Lo que se hereda no se hurta, digo yo. El espacio es pequeño
y mi vida es todo menos jetset, pero he decidido atesorar mi espacio
y mis días, convertirlos en algo precioso, es decir, algo preciado.
Por eso, con ustedes, aquí vienen instrucciones para preparar un
paté en casa. Para transformar su vida en su historia.
Paté de Hígado de
Pollo
con hierbas y licor
7 cucharadas (105
gramos) de mantequilla con sal
250 gramos de
hígados de pollo, limpios
2 cebollas
pequeñitas, 1 cebolla mediana o media grande, en rodajas
3 dientes de ajo,
pelados y ligeramente chancados
3 o 4 hojas de
laurel
3 ramitas de tomillo
fresco
Un par de generosas
de licor delicioso. O cognac, o pisco, licor de naranja, o de
frambuesa...
Pimienta negra en un
molino
Sal (probablemente
no sea neesaria)
½ taza de
mantequilla para clarificar
Hojitas frescas de
perejil o flores de tomillo para decorar
En una buena sartén
a fuego medio-alto derrite dos cucharadas de mantequilla (el resto lo
usarás en breve). Añade las cebollas, el ajo, el laurel y el
tomillo.
Cuando la cebolla esté suave pero transparente, añade el
hígado y un par de buenos chorros de licor. (Usé esta vez el licor
de frambuesas que preparo cada año en temporada de lluvias, cuando
me traen enormes frambuesas de Huasao, el pueblo de los brujos, al
sur de Cusco, y en otras ocasiones he usado mi licor de naranjas,
aunque puedes perfectamente usar simplemente pisco).
Aquí tienes que
prestar bastante atención a lo que está sucediendo en tu sartén.
La idea es que los higaditos se cocinen solo hasta cierto punto. Por
fuera deben quedar marrones, por dentro rosados, pero no
necesariamente sangrantes. Es preciso girarlos después de unos
minutos, cocinarlos del otro lado. Puedes cortarlos un poquito con un
cuchillo para espiar si por dentro ya están ligeramente cocidos y
rosados. Tu nariz es otra buena guía. Hay un momento (lo descubrirás
con el tiempo) que huele a perfecto. Retira la sartén del fuego.
Deja reposar todo en la sartén unos minutos. Cuando haya entibiado
un poco, los higaditos van a haber chupado los sublimes jugos en los
que se han cocido.
Pasa todo a una
licuadora y añade las cinco cucharadas restantes de mantequilla.
Licúa. Será necesario que varias veces apagues la licuadora,
remuevas la mezcla con una cuchara y vuelvas a licuar. Cuando esté
cremoso y bastante homogéneo, muele pimienta negra directamente
sobre el paté, dentro de la licuadora. Remueve y licúa. Prueba. Si
el paté te lo pide, añade pimienta y, solo si es absolutamente
necesario, un poquito de sal marina.
Distribuye el paté
en tres o cuatro ramequines (si tienen tapa, mejor aún). Alisa la
superficie lo mejor que puedas con el dorso de una cuchara.
Ahora, clarifica la
mantequilla. Con ella cubrirás el paté. Esto tiene la triple
función de evitar que el paté se oxide, de verse precioso y de ser
la compañía perfecta para el paté.
Pon la media taza de
mantequilla en una olla chiquita de fondo grueso a fuego medio.
Cuando le salga espuma, apaga el fuego. Espera unos minutos para que
la espuma se vuelva un poco más sólida y retírala con un pequeño
colador o con una cuchara. Vierte la mantequilla clarificada sobre el
paté. Adórnala con algunas hojitas o flores de alguna hierba
aromática.
Tapa los ramequines con su tapa o con film (no
directamente sobre la mantequilla) y llévalos al refrigerador. Cuida
que estén nivelados; si los refrigeras en diagonal, la mantequilla
se endurecerá en diagonal, y no queremos eso.
Después de, por lo
menos, 4 horas, el paté está listo.
Es mucho más
delicioso si está a temperatura ambiente, así que si te acuerdas,
saca el paté de la refrigeradora una media hora, o una hora, antes
de comerlo.
Feliz Navidad, pues,
amigos y lectores. Gracias por acompañarme en Hecho en Casa, por
darle calor a mi pequeña casita de jengibre en este universo virtual
que, sin embargo, existe.
(Receta basada en la de paté de hígado de conejo de My Little Paris Kitchen, de Rachel Khoo, con bastantes variaciones y mucho sabor adicional. El libro es precioso, y altamente reomendable, y además de ser un placer de tenerlo solo para mirarlo, tiene recetas increíblemente apetitosas.)
4 comentarios:
Guau, recién leo el post, que lindo tener algo nuevo para leer!!!, Gracias Ale, como siempre calentaste mi alma con tus palabras.
Anita
realizare el domingo para la familia.
gracias por el articulo
Que bonito blog! Acabo de hacer los rocotos encurtidos siguiendo tu receta, ya les contare :-) gracias por compartir
Qué emoción que los hayan preparado. Cuéntenme por favor qué tal les quedó!
Alessandra
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