Juguemos en el bosque
Nos gusta subir al bosque de eucaliptos. A veces con la excusa de bajarnos una ramita para los bronquios, a veces para comer un picnic.
Con un pie de frutas cosechadas del jardín, y decoración hecha por Micael (aquí su Hombrecito Enamorado).
Es difícil el ascenso. O no tan difícil, pero cuando uno tiene ocho años puede tender a molestarse con el camino, con las espinas, en suma consigo mismo.
Nada que un té verde del Japón no pueda arreglar.
Así, hay espacio en la mente/corazón para explorar, estudiar los líquenes, buscar los hongos que aparecen después de la lluvia.
Porque el día de estas fotos habíamos decidido hacer un picnic en el bosque, y cuando empezó a llover nos encogimos de hombros, nos pusimos impermeables y subimos el cerro igual.
Por suerte, porque después salió el sol.
Bajo los eucaliptus jóvenes, algunos verde pálido y rosa, algunos de hojas plateadas, el aire huele dulce, la luz del sol se filtra como una caricia. Una tarde Frank y yo miramos hacia arriba, al cielo azul azul detrás de las hojas, y nos preguntamos por qué no vivimos todos así, cerca de un bosque. Es tanto más fácil amistarse con la vida y ponerlo todo en perspectiva cuando tienes a la mano un camino de tierra para subir y ahí, entre los árboles, ver las casas desde arriba, ver la gente que viene y va. Somos animales vestidos de colores, pienso cuando estoy ahí arriba. Por lo tanto, pertenecemos a la naturaleza. Tenemos un lugar en el mundo.
1 comentarios:
Son un poema de familia. Los extraño mucho. El olor del eucalipto nos reucerda al alma que se escurre silenciosa detrás del afán diario... Pero algo lo reconoce y lo agradece. Un beso desde una Lima soleada y tranquila.
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