En la Jipiferia
En la plaza de Urubamba hay una bioferia mensual (que al parecer se está volviendo quincenal), organizada por el Colectivo Tanpu. Como éramos localitos de la bioferia de Miraflores (que empezó siendo también mensual, y pronto pasó a ser quincenal, y ahora es todos los sábados), y como quien hace un paseo dominical, hace un par de semanas nos trepamos al carro y fuimos al Valle. El camino de ida fue suficiente para ponernos felices. Los cerros, los árboles, los ríos, las ovejas, los toros, todo es tan hermoso que nos dimos cuenta de que está desapareciendo esa sensación que teníamos antes de la mudanza a Cusco de estar viviendo mientras tanto. Cuántas veces habíamos empezado oraciones diciendo, “Cuando vivamos en el campo…”
Después de un largo, largo camino, llegamos a Urubamba. La Ecoferia es chiquitita, pero encontramos una muy buena granola y arroz integral de Munay, los productos de Tawa Apu Kuntur (inciensos de palma dulce, aceites esenciales y un polvo buenazo para lavarse los dientes, que están desde hace tiempo en la bioferia de Miraflores y también los sábados en la plaza Túpac Amaru, en Cusco), un aceite de coco exquisito -preparado en la Selva bajo la luna llena, me contó Debora, la dueña del puesto- y un buen aceite de oliva, además de una francesa que hace unos abrigos de cuento con fibras naturales. Pero fuera de unos pocos puestos de gente emprendedora como ellos, me faltó un poco la sensación vibrante que hay en la feria de Miraflores, donde hay productores de insumos y productos que viven de eso y que ponen toda su energía en sacarlo adelante. Aquí, tal vez por los humos que flotaban en el aire, había más retórica sesentera que pujanza ecológica. Pero tal vez sea cuestión de tiempo, y la Ecoferia crezca y la gente deje de ponerle harina de coca a todos sus dulcecitos. (Disculpen, son cosas mías.)
Pero algo bueno había en el aire después de todo; cuando fuimos al mercado a buscar algo de comer, Micael nos sorprendió diciéndonos que vayamos solos, que él se quedaba jugando en la fuente con sus amigos. Su independencia nueva nos puso más felices, le dimos las indicaciones del caso y fuimos al mercado. En el camino vimos lo que extrañamos en la bioferia: mamachas sentadas frente a sus calabazas, nísperos y frutas desconocidas.
Entramos al mercado, miramos hacia arriba y casi me doy media vuelta para irme cuando vi, al lado de la baranda, a una india carapálida. Su pluma inmensa sobre su pelo lacio y rubio, su poncho y su mirada vacua me hicieron preguntarme si no había regresado en el tiempo o qué estaba pasando. Frank sonrió. “Hay que subir”, dijo. “¡¿Estás loco?!” respondí, por supuesto. “Hay algo arriba”, insistió.
Sí que había algo arriba.
Tres puestitos lindos, cada uno con una pizarra anunciando lo que ofrecían, y, lo mejor, ninguno compitiendo por tu plata: los tres menús estaban a S/. 7, y el dueño de cada puesto te contaba lo que tenía su vecino.
Nos sentamos en el primero, que ofrece comida vegetariana. Juan Carlos y Talía, con uniformes impecables y coloridos, tienen un puesto alegre y acogedor, ponen reggae bonito y cocinan delicioso.
Todo esto fue como abrir una caja de cartón y encontrar adentro un juego de té de porcelana china.
De regreso a la bioferia, ya más contentos imposible, vimos que los humos habían hecho su trabajo. La cosa estaba jipi a más no poder.
Pero vamos a volver hoy, que es la siguiente ecoferia, sí o sí. La felicidad de Micael es un motivo, la granola, el aceite de oliva y el aceite de coco son otros, la sorpresa en el mercado sea tal vez el mayor.
1 comentarios:
me encanta tu blog, hace tiempo llegué a él creo porque lo mencionaron en un diario. qué lindo paso has dado con tu familia al dejar la ciudad, los felicito mucho! Los chicos de las granolas munay son mis amigos, qué bueno que los menciones... saludos !
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